LOS RECORRIDOS QUE ESPERABAS

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LOS RECORRIDOS QUE ESPERABAS

miércoles, 5 de noviembre de 2014

TRASHUMANCIA DE VERANO

Esta vez se hace el itinerario contrario al de invierno. Ahora se buscan en Gredos los pastos que ya escasean en la zona de Cáceres en la que han estado las vacas y las yeguas con sus crías.

No me voy a extender en indicar todos los lugares por donde pasamos, prefiero dedicar estas líneas a tratar sobre la forma de vivir y las relaciones humanas en esos días de trashumancia.

Se sale desde una finca cercana a Almaraz y pasando por las provincias de Cáceres, Toledo y Avila, llegamos al puerto del Pico subiendo por su calzada romana y por fin al pueblo de Navadijos, donde reciben a la ganadería con una gran alegría.

En el camino, unos diez días de largas jornadas hasta el anochecer, momento en que se para, una vez que las vacas han comido y bebido. Las vacas se encierran o se les rodea con el pastor eléctrico, desaparejamos y amaneamos a los caballos y nos dedicamos a preparar la cena y lo necesario para pasar noche.

Como se puede suponer durante las horas centrales del día el sol calienta a todos, vacas, caballos y vaqueros. Se aguanta bien, ocupados en resolver las incidencias propias de este tipo de traslado de ganado (paso de carreteras, recorridos por carretera más o menos cortos, vacas despistadas, etc.) y entre chascarrillos, bromas y conversaciones con los compañeros. Las paradas para que las vacas coman y beban las aprovechamos para ponernos un poco a la sombra (cuando la hay) y tomar algún trago de agua o vino. A medio día se hace una parada un poco más larga, descabalgamos y tomamos una comida sencilla acompañada de tertulia que precede a la mini-siesta.

Las noches son cálidas al principio, pero arriba, en la sierra, las temperaturas bajan mucho cuando el sol se oculta y las tertulias se acortan en esas circunstancias. Hay que hacerse a todo, al calor, al fresco, a las largas y a las cortas tertulias.

La vida en la trashumancia, tanto en la de invierno como en la de verano, es dura. Las jornadas a caballo pueden llegar a las ocho horas y en total alcanzar las doce o trece horas en verano al alargar el día. El calor y el sol te pueden agotar. y el frío te puede atenazar. La comida unos días bien y otros regular (mal nunca, siempre se agradece). El trabajo de preparar las acampadas, hacer las comidas y cenas, cargar y descargar, preparar los caballos, etc. sale adelante con más o menos organización, pero es la forma de hacerlo desde hace mucho tiempo, y toda innovación tiene que ser pasada por los filtros de la experiencia y los condicionantes de las posibilidades materiales y humanas reales. 

No obstante lo más importante de estas experiencias es que, como decía un amigo a una periodista de un diario de Ávila, son inolvidables porque suponen dejar la cómoda vida del urbanita, empeñarte en superar unos cuantos retos, y poner a prueba la capacidad de resistencia y de convivencia con gente muy dispar y con la naturaleza en estado puro. Qué más dará que te queme el sol, haberte dado crema. Qué importa que la lluvia te moje, eso es sanísimo para la piel. Qué pasa por pasar un poco de frío, así calibramos nuestro termómetro corporal que suele estar falseado con tanta calefacción. Y si nos mojamos un poco al pasar un río o al galopar por un pantano qué carajo pasará: pues que te lo pasas de p.m.

Y no hay que olvidarse de las relaciones humanas que se practican y las cualidades que debes poner en práctica y que pocas veces lo hacemos en nuestra vida normal. Humildad, comprensión, colaboración y escuchar. Ahí es ná.